lunes, 4 de febrero de 2013

Estos días azules


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Fue el último verso escrito por Antonio Machado durante los -pocos- días del exilio en Colliure. Había cruzado los Pirineos en medio de un crudo invierno, mucho más feroz a causa de la guerra: la falta de vehículos, la terrible caminata, la desolación por cientos de miles de españoles en caótica desbandada. Toda una vida esperando a esa República que acabó de la peor manera. Su hermano José encontró el papel en un bolsillo de su chaqueta arrugada. Le había pedido ver el mar.
Tras la muerte de Machado (antes miles en la guerra, antes Lorca) aún vinieron los campos de concentración, la supervivencia de una parte, una vida nueva en el éxodo alargado durante cuarenta años. No lo dictó ninguna divinidad en el cielo, sino los guardianes del infierno. Machado tuvo una visión:
"Estos días azules y este sol de la infancia".

Son palabras que simbolizan una vuelta al origen. Un simbolismo tan hondo que no cabe en un QR.
Por eso he preferido acompañarlas con un bello artículo de Rodríguez Almodóvar, folclorista y escritor, andaluz contemporáneo, que tanto tiene en común con el espíritu machadiano en Sevilla; el motivo de nuestro paseo.




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