Magnífico documental sobre el #topo Manuel Cortés y la realidad de la #dictadura.
En
memoria de mi tío abuelo Jesús, escondido 20 años en una bodega, y mi
abuelo Juanito, que tuvo que esconder su corazón libertario y su memoria
de hombre bueno. No toleremos que nos domine el mal.
En el año de 1950 tuve que viajar a la India en forma inesperada. En París me mandó llamar Joliot Curie para encargarme una misión. Se trataba de viajar a Nueva Delhi, ponerse en contacto con gente de diversas opiniones políticas, calibrar en el sitio mismo las posibilidades de fortificar el movimiento indio por la paz Joliot Curie era el presidente mundial de los Partidarios de la Paz. Hablamos extensamente. Le inquietaba que la opinión pacifista no pesara debidamente en la India, no obstante que la India siempre tuvo reputación de ser el país pacífico por excelencia. El propio primer ministro. el Pandit Nehru, tenía fama de ser un adalid de la paz, una causa tan antigua y profunda para aquella nación.
Joliot Curie me dio dos cartas: una para un investigador científico de Bombay y otra para entregársela en sus manos al primer ministro. Me pareció curioso que se me hubiera designado precisamente a mí para un viaje tan largo y una tarea al parecer tan fácil. Tal vez contaba mi amor nunca extinguido por aquel país donde pasé algunos años de mi juventud. O bien el hecho de que había recibido yo en ese mismo año el Premio de la Paz, por mi poema "Qué despierte el leñador", distinción que también le fue otorgada entonces a Pablo Picasso y a Nazim Hikmet.
Tomé el avión para Bombay. Treinta años después volvía a la India. Ahora no era una colonia que luchaba por su emancipación sino una república soberana: el sueño de Gandhi, a cuyos congresos iniciales asistí en el año 1928. Ya no quedaría vivo tal vez ninguno de mis amigos de entonces, revolucionarios estudiantiles que me confiaron fraternalmente sus historias de lucha.
Guardé silencio algunos minutos que estimé larguísimos. Me parecía que Nehru no tenía ningunas ganas de decirme nada, pero no demostraba tampoco la menor impaciencia, como si yo pudiera quedarme allí sentado sin ningún objeto, apabullado por la sensación de hacerle perder el tiempo a un hombre tan importante.
Consideré imprescindible decirle algunas palabras sobre mi misión. La guerra fría amenazaba con hacerse incandescente de un momento a otro. Un nuevo abismo podía tragarse a la humanidad. Le hablé del terrible peligro de las armas nucleares. Y de la importancia de agrupar a la mayoría de los que quieren evitar la guerra.
Como si no me hubiera escuchado, continuó en su ensimismamiento. Al cabo de algunos minutos dijo:
-Sucede que los de uno y otro bando se golpean mutuamente con los argumentos de la paz.
-Para mí -respondí-todos los que hablen de paz o quieran contribuir a ella, pueden pertenecer al mismo bando, al mismo movimiento. No queremos excluir a nadie sino a los partidarios de la revancha y de la guerra.
El silencio continuó. Comprendí que la conversación había terminado. Me levanté y le alargué la mano para despedirme. Me la estrechó en silencio. Cuando ya me dirigía hacia la puerta, me preguntó con cierta amabilidad:
-Qué puedo hacer por usted? No se le ofrece nada?
[…]
Dos veces visité a China después de la revolución. La primera fue en 1951, año en que me tocó compartir la misión de llevar el Premio Lenin de la Paz a la señora Sung Sin Ling, viuda de Sun Yat Sen.
Recibía ella esa medalla de oro a proposición de Kuo Mo Jo, vicepresidente de China y escritor. Kuo Mo Jo era, además, vicepresidente del comité de premios, junto con Aragón. A ese mismo jurado pertenecíamos Anna Seghers, el cineasta Alexandrov, algunos más que no recuerdo, Ehrenburg y yo. Existía una secreta alianza entre Aragón, Ehrenburg y yo, por medio de la cual logramos que se le otorgara el premio en otros años a Picasso, a Bertolt Brecht y a Rafael Alberti. No había sido fácil, por cierto.
Salimos hacia China por el tren transiberiano. Meterme dentro de ese tren legendario era como entrar en un barco que navegara por tierra en el infinito y misterioso espacio. Todo era amarillo a mi alrededor, por leguas y leguas, a cada lado de las ventanillas. Promediaba el otoño siberiano y no se veían sino plateados abedules de pétalos amarillos. A continuación, la pradera inabarcable, tundra o taigá. De cuando en cuando, estaciones que correspondían a las nuevas ciudades. Bajábamos con Ehrenburg para desentumecernos. En las estaciones los campesinos esperaban el tren con envoltorios y maletas, hacinados en las salas de espera.
Apenas nos alcanzaba el tiempo para dar algunos pasos por esos pueblos. Todos eran iguales y todos tenían una estatua de Stalin, de cemento. A veces estaba pintada de plata, otras veces era dorada. De las docenas que vimos, matemáticamente iguales, no sé cuáles eran más feas, si las plateadas o las áureas. De vuelta al tren, y por una semana, Ehrenburg me entretenía con su conversación escéptica y chispeante. Aunque profundamente patriótico y soviético, Ehrenburg me comentaba en forma sonriente y desdeñosa muchos de los aspectos de la vida de aquella época.
Ehrenburg había llegado hasta Berlín con el Ejército Rojo. Fue, sin duda, el más brillante de los corresponsales de guerra entre cuantos han existido. Los soldados rojos querían mucho a este hombre excéntrico y huraño. Me había mostrado poco antes en Moscú dos regalos que esos soldados le habían hecho, tras desentrañarlos de las ruinas alemanas. Era un rifle construido por armeros belgas para Napoleón Bonaparte, y dos tomos minúsculos de las obras de Ronsard, impresos en Francia en 1650. Los pequeños volúmenes estaban chamuscados y manchados de lluvia o sangre.
Ehrenburg cedió a los museos franceses el bello rifle de Napoleón. Para qué lo quiero?, me decía, acariciando el labrado cañón y la bruñida culata. En cuanto a los libritos de Ronsard, los guardó celosamente para sí.
Ehrenburg era un francesista apasionado. En el tren me recitó uno de sus poemas clandestinos. Era una corta poesía en que cantaba a Francia como si hablara a la mujer amada.
Digo que el poema era clandestino porque era la época en Rusia de las acusaciones de cosmopolitismo. Los periódicos traían con frecuencia denuncias oscurantistas. Todo el arte moderno les parecía cosmopolita. Tal o cual escritor o pintor caía y se borraba su nombre de pronto bajo esa acusación. Así es que el poema francesista de Ehrenburg debió guardar su ternura como una flor secreta.
Muchas de las cosas que Ehrenburg me daba a conocer, desaparecían luego irreparablemente en la sombría noche de Stalin, desapariciones que yo atribuía más bien a su carácter protestatario y contradictor.
Con sus mechones desordenados, sus profundas arrugas, sus dientes nicotinizados, sus fríos ojos grises y su triste sonrisa, Ehrenburg era para mí el antiguo escéptico, el gran desengañado. Yo recién abría los ojos a la gran revolución y no había cabida en mí para siniestros detalles. Apenas sí disentía del mal gusto general de la época, de aquellas estatuas embadurnadas de oro y plata. El tiempo iba a probar que no era yo quien tenía la razón, pero creo que ni siquiera Ehrenburg alcanzó a comprender en su extensión la inmensidad de la tragedia. La magnitud de ella nos sería revelada a todos por el XX Congreso.
[…]
[Años después, desde Colombo, Sri Lanka], volamos a través de la India con Jorge Amado y Zelia, su mujer, [nuevamente con dirección a China]. Los aviones hindúes viajaban siempre repletos de pasajeros enturbantados, llenos de colores y canastos. Parecía imposible meter tanta gente en un avión. Una multitud descendía en el primer aeropuerto y otra muchedumbre ingresaba en su lugar. Nosotros debíamos seguir hasta más allá de Madrás, hacia Calcuta. El avión se estremecía bajo las tempestades tropicales. Una noche diurna, más oscura que la nocturna, nos envolvía de repente, y nos abandonaba para dar sitio a un cielo deslumbrante. De nuevo el avión se tambaleaba; rayos y centellas aclaraban la oscuridad instantánea. Yo miraba cómo la cara de Jorge Amado pasaba del blanco al amarillo y del amarillo al verde. Mientras tanto él veía en mi cara la misma mutación de colores producida por el miedo que nos agarrotaba. Comenzó a llover dentro del avión. El agua se colaba por gruesas goteras que me recordaban a mi casa de Temuco, en invierno. Pero estas goteras no me hacían ninguna gracia a 10 000 metros de altura. Lo gracioso, sí, fue un monje que venía detrás de nosotros. Abrió un paraguas y continuó leyendo, con serenidad oriental, sus textos de antigua sabiduría.
Neruda, Amado y Anna Seghers
[…]
Neruda y Jorge Amado
Durante toda la travesía del Yang Tse, Jorge Amado me pareció nervioso y melancólico. Innumerables aspectos de la vida en el barco le molestaban a él y a Zelia, su compañera. Pero Zelia tiene un humor sereno que le permite pasar por el fuego sin quemarse.
Uno de los motivos era que nosotros veníamos a ser involuntariamente privilegiados en la navegación. Con nuestros camarotes especiales y nuestro comedor exclusivo nos sentíamos mal, en medio de centenares de chinos que se amontonaban por todas partes de la embarcación. El novelista brasileño me miraba con ojos sarcásticos y dejaba caer alguno de sus comentarios graciosos y crueles.
La verdad es que las revelaciones sobre la época staliniana habían quebrantado algún resorte en el fondo de Jorge Amado. Somos viejos amigos, hemos compartido años de destierro, siempre nos habíamos identificado en una convicción y en una esperanza comunes. Pero yo creo haber sido un sectario de menor cuantía; mi naturaleza misma y el temperamento de mi propio país me inclinaban a un entendimiento con los demás. Jorge, por el contrario, había sido siempre rígido. Su maestro, Luis Carlos Prestes, pasó cerca de quince años de su vida encarcelado. Son cosas que no se pueden olvidar, que endurecen el alma. Yo justificaba ante mí mismo, sin compartirlo, el sectarismo de Jorge.
El informe del XX Congreso fue una marejada que nos empujó, a todos los revolucionarios, hacia situaciones y conclusiones nuevas. Algunos sentimos nacer, de la angustia engendrada por aquellas duras revelaciones, el sentimiento de que nacíamos de nuevo. Renacíamos limpios de tinieblas y del terror, dispuestos a continuar el camino con la verdad en la mano.
Jorge, en cambio, parece haber comenzado allí, a bordo de aquella nave, entre los desfiladeros fabulosos del río Yang Tse, una etapa distinta de su vida. Desde entonces se quedó más tranquilo, fue mucho más sobrio en sus actitudes y en sus declaraciones. No creo que perdiera su fe revolucionaria, pero se reconcentró más en su obra y le quitó a ésta el carácter político directo que penúltimamente la caracterizó. Como si se destapara el epicúreo que hay en él, se lanzó a escribir sus mejores libros, empezando por Gabriela, clavo y canela, obra maestra desbordante de sensualidad y alegría.
Hola me llamo Ramón J Sénder nací en Chalamera (Aragon) el 3 de febrero de 1901 me fui a madrid en 1918 donde publique mi primer cuento mientras estudiaba en la universidad. Al cumplir los 21 años en 1922 me ingresaron en el ejercito y cuando termine yo seguia militando el anarquismo y con 26 años me metieron preso en la carcel por mis actividades contra el general Primo de Rivera. Cuando sali intente meterme en el ejercito anarquista pero no me dejaron mataron a mi mujer fusilada y cuando cayo Barcelona en 1938 me fui exiliado a Mexico con mis dos hijos. Alli en Mexico vivi hasta 1942 año en el me traslade a Estados Unidos donde fui profesor de Lengua y Literatura, me volvi a casar y tuve dos hijos mas pero le fui infiel a mi mujer y la familia se disolvio volvi a España para recibir el Premio Planeta y al final vivi en San Diego (Estados Unidos) hasta el final
No solo en la vida académica, restringida al aula; en cualquier esfera de la vida social vais a enfrentaros al problema de comprender textos y responder de forma personal a lo que os plantean.
Por supuesto, esa dinámica de comunicación no ha dismimuido en la era digital, sino que se ha multiplicado por la enorme afluencia de textos, de distintos tipos y en lenguaje multimedia, que nos abordan y desafían: "interpreta y responde".
La identidad personal y la diversidad cultural enriquecen nuestra vida de forma gratuita, a través de redes de comunicación social en las que hace veinte años solo se podía soñar.
Nuestra aportación al diálogo sin fronteras puede cultivarse, como hicieron centenares de generaciones antes que nosotros y nosotras. Para eso sirve la materia de Lengua y Literatura en la ESO.
Pero vamos al grano.
Os he explicado varias veces cómo organizar vuestro comentario, sobre
cualquier texto, en dos partes:
1) Comentario formal (literario,
si se trata de un texto literario):
1.1. Tema principal del texto
1.2. Resumen
1.3. Describir la estructura formal, según el tipo de texto prevalente y los
esquemas textuales que contiene (narración, descripción, diálogo, exposición,
argumentación, instrucción). Además, hay que especificar el género
discursivo (p.ej. magazine radiofónico, columna periodística,
reclamación, etc.) y, si se trata de un texto literario, cuál es su género
literario (lírica, narrativa, teatro) y el subgénero específico
(novela realista, soneto, drama romántico, poema en verso libre,
etc.).
1.4. Describir los elementos y recursos correspondientes al
género. Ejemplos:
- Novela: personajes (principales y secundarios), espacio (real o ficticio),
tiempo (interno y externo); lenguaje: voz de los personajes en estilo directo,
indirecto o indirecto libre.
- Columna periodística: tema diferenciado de la tesis u opinión defendida
por el autor o autora, ironía.
2) Comentario crítico
2.1. Reseña biográfica del autor o de la autora, en relación con el texto.
No interesa toda su vida, sino su manera de pensar y de crear como trasfondo
para entender y explicar su creación y, en concreto, la obra comentada.
2.2. Exponer las ideas y la intención del autor (periodista, escritor,
científico, etc.) que se comunican a través del texto. En el caso de los textos literarios, es oportuno identificar su estética (popular o popularizante, medieval, renacentista, barroca, ilustrada o necoclásica, romántica, realista, vanguardista, etc.).
2.3. Exponer información que podáis aportar sobre el mismo tema en otros
autores y, sobre todo, en la actualidad.
2.4. Valoración personal, es decir, argumentativa, sobre el tema y las ideas
del autor o de la autora. No se reduce a espetar "me gusta" o "no
me gusta". Hay que aportar razones en favor de la intención
comunicada por el texto (confirmación, acuerdo) o en su contra (refutación,
desacuerdo). También se puede valorar el estilo, con la misma racionalidad.
Por medio de este esquema ganaréis en coherencia, evitaréis la repetición y la información innecesaria. Sobre todo, os servirá para aclarar y contrastar vuestras ideas; es decir, a aprender de forma activa y a lo largo de toda la vida.
Cada uno de los temas de comunicación y literatura que se van a exponer durante el curso darán pie al comentario de un texto breve (un poema, un artículo, un fragmento); incluyo también los texto audiovisuales o digitales. Es necesario que ejercitéis la capacidad de comentar con asiduidad, de manera que os crezca una mirada crítica sobre la cultura en todas sus versiones.
Además, todos los libros que leáis durante el curso forman parte del currículo de mi/vuestra materia. Os pido que hagáis pública vuestra lectura por medio de una grabación en audio o en vídeo. Podéis utilizar el teléfono móvil para grabar y, después, colgar vuestra recomendación del libro en la página de Kuentalibros.
—No seas tozuda, sobrina —me dijo Juan—.
Te vas a morir de hambre.
Y me puso las manos en el hombro con una torpe caricia.
—No, gracias; me las arreglo muy bien...
Mientras tanto eché una mirada de reojo a mi tío y vi que tampoco a él
parecían irle bien las cosas. Me había cogido bebiendo el agua que sobraba de
cocer la verdura y que estaba fría y olvidada en un rincón de la cocina,
dispuesta a ser tirada.
Antonia había gritado con asco:
—¿Qué porquerías hace usted? Me puse encarnada.
—Es que a mí este caldo me gusta. Y como veía que lo iban atirar...
A los gritos de Antonia acudieron los demás de la casa. Juan me
propuso una conciliación de nuestros intereses económicos.
Yo me negué.
La verdad es que me sentía más feliz
desde que estaba desligada de aquel nudo de las comidas en la casa. No importaba
que aquel mes hubiera gastado demasiado y apenas me alcanzara el presupuesto de
una peseta diaria para comer: la hora del mediodía es la más hermosa en
invierno. Una hora buena para pasarla al sol en un parque o en la plaza de
Cataluña. A veces se me ocurría pensar, con delicia, en lo que sucedería en
casa. Los oídos se me llenaban con los chillidos del loro y las palabrotas de
Juan. Prefería mi vagabundeo libre.
Aprendí a conocer excelencias y sabores en los que antes no había
pensado; por ejemplo, la fruta seca fue para mí un descubrimiento. Las
almendras tostadas, o mejor, los cacahuetes, cuyadelicia dura más tiempo porque hay que desprenderlos de su cáscara, me
producían fruición.
La verdad es que no tuve paciencia
para distribuir las treinta pesetas que me quedaron el primer día, en los
treinta días del mes. Descubrí en la calle de Tallers un restaurante barato y
cometí la locura de comer allí dos o tres veces. Me pareció aquella comida más
buena que ninguna de las que había probado en mi vida, infinitamente mejor que
la que preparaba Antonia en la calle de Aribau. Era un restaurante curioso.
Oscuro, con unas mesas tristes. Un camarero abstraído me servía. La gente comía
deprisa, mirándose unos a otros, y no hablaban ni una palabra. Todos los restaurantes
y comedores de fondas en los que yo había entrado hasta entonces eran
bulliciosos menos aquél. Daban una sopa que me parecía buena, hecha con agua
hirviente y migas de pan. Esta sopa era siempre la misma, coloreada de amarillo
por el azafrán o de rojo por el pimentón; pero en la carta cambiaba de nombre
con frecuencia. Yo salía de allí satisfecha y no me hacía falta más.
Por la mañana cogía el pan —apenas
Antonia subía las raciones de la panadería— y me lo comía entero, tan caliente
y apetitoso estaba. Por las noches, no cenaba, a no ser que la madre de Ena
insistiese en que me quedase en su casa alguna vez. Yo había tomado la
costumbre de ir a estudiar con Ena muchas tardes y la familia empezaba a
considerarme como cosa suya.
Pensé que realmente estaba comenzando para mí un
nuevo renacer, que era aquélla la época más feliz de mi vida, ya que nunca
había tenido una amiga con quien me compenetrara tanto, ni esta magnífica
independencia de que disfrutaba. Los últimos días del mes los pasé alimentándome
exclusivamente del panecillo de racionamiento que devoraba por las mañanas —por
esta época fue cuando me cogió Antonia bebiendo el agua de hervir la verdura¾, pero empezaba a acostumbrarme y la prueba
es que en cuanto recibí mi paga del mes de marzo la gasté exactamente igual. Me
acuerdo que sentía un hambre extraordinaria cuando tuve el nuevo dinero en mis
manos, que era una sensación punzante y deliciosa pensar que podría
satisfacerla enseguida. Más que cualquier clase de alimento, deseaba dulces.
Compré una bandeja y me fui a un cine caro. Tenía tal impaciencia que antes de
que se apagara la luz corté un trocito de papel para comer un poco de crema,
aunque miraba de reojo a todo el mundo poseída de vergüenza. En cuanto se
iluminó la pantalla y quedó la sala en penumbra, yo abrí el paquete y fui
tragando los dulces uno a uno. Hasta entonces no había sospechado que la comida
pudiera ser algo tan bueno, tan extraordinario... Cuando se volvió a encender
la luz no quedaba nada en la bandeja. Vi que una señora, a mi lado, me miraba
de soslayo y cuchicheaba con su compañero. Los dos se reían.
En la calle de Aribau también pasaban hambre sin las compensaciones
que a mí me reportaba. No me refiero a Antonia y a Trueno.Supongo que estos dos tenían el sustento asegurado gracias a la
munificencia de Román. El perro estaba reluciente y muchas veces le vi comer
sabrosos huesos. También la criada se cocinaba su comida aparte. Pero pasaban
hambre Juan y Gloria y también la abuela y hasta a veces el niño.
Román estuvo otra vez de viaje cerca de dos meses. Antes de marcharse
dejó algunas provisiones para la abuela, leche condensada y otras golosinas
difíciles de conseguir en aquellos tiempos. Nunca vi que la viejecilla las
probara. Desaparecían misteriosamente y aparecían sus huellas en la boca del
niño.
El día mismo en que Juan me invitó a
unirme otra vez a la familia, tuvo una terrible discusión con Gloria. Todos
oímos los gritos que daban en el estudio. Salí al recibidor y vi que el pasillo
estaba interceptado por la silueta de la criada, que aplicaba el oído.
—Estoy harto de tanta majadería —gritó Juan—, ¿entiendes? ¡Ni siquiera
puedo renovar los pinceles! Esa gente nos debe mucho dinero aún. Lo que no
comprendo es que no quieras que vaya yo a reclamárselo.
—Pues, chico, si me diste palabra que no te meterías en nada y que me
dejarías hacer, ahora no te puedes volver atrás. Y ya sabes que estabas muy
contento cuando pudiste vender esa porquería de cuadro a plazos...
—¡Te voy a estrangular! ¡Maldita!
La criada suspiró con deleite, y yo me marché a la calle a respirar su
aire frío, cargado de olores de las tiendas. Las aceras, teñidas de la humedad
crepuscular, reflejaban las luces de los faroles recién encendidos.
Cuando volví, la abuela y Juan estaban cenando. Juan comía distraído,
y la abuela, sosteniendo al niño en sus rodillas, llevaba una conversación
incoherente desmenuzando pan en el tazón demalta que iba bebiendo, sin leche ni azúcar. Gloria
no estaba. Había salido poco después que yo a la calle.
Aún no había llegado ella cuando, con
el estómago angustiado y vacío, me metí en la cama. Enseguida caí en un ensueño
pesado en el que el mundo se movía como un barco en alta mar... Tal vez estaba
en el comedor de un barco y comía algún buen postre de fruta. Me despertaron unos
gritos pidiendo socorro.
Enseguida me di cuenta de que era Gloria la que gritaba y de que Juan
le debería estar pegando una paliza bárbara. Me senté en la cama pensando en si
valdría la pena acudir. Pero los gritos continuaban, seguidos de las maldiciones
y blasfemias más atroces de nuestro rico vocabulario español. Allí, en su
furia, Juan empleaba los dos idiomas, castellano y catalán, con pasmosa
facilidad y abundancia.
Me detuve a ponerme el abrigo y me asomé por fin a la oscuridad de la
casa. En la cerrada puerta del cuarto de Juan golpeaban la abuela y la criada.
—Juan! ¡Juan! ¡Hijo mío, abre!
—Señorito Juan, ¡abra!, ¡abra usted!
Oíamos dentro tacos, insultos. Carreras y tropezones con los muebles.
El niño comenzó a llorar allí encerrado también y la abuela se desesperó. Alzó
las manos para golpear la puerta y vi sus brazos esqueléticos.
—Juan! Juan! ¡Ese niño!
De pronto se abrió la puerta de una patada de Juan, y Gloria salió
despedida, medio desnuda y chillando. Juan la alcanzó y aunque ella trataba de
arañarle y morderle, la cogió debajo del brazo y la arrastró al cuarto de
baño...
—¡Pobrecito mío!
Gritó la abuela cogiendo al niño, que se había puesto de pie en la
cuna, agarrándose a la barandilla y gimoteando... Luego, cargada con el nieto,
acudió a la refriega.
Juan metió a Gloria en la bañera y,
sin quitarle las ropas, soltó la ducha helada sobre ella. Le agarraba
brutalmente la cabeza, de modo que si abría la boca no tenía más remedio que
tragar agua. Mientras tanto, gritó, volviéndose a nosotras:
—¡Y vosotras a la cama! ¡Aquí no tiene
que hacer nada nadie! Pero no nos movíamos. La abuela suplicaba:
—¡Por tu hijo, por tu niño! ¡Vuelve en
ti, Juanito!
De
pronto Juan soltó a Gloria —cuando ella ya no se resistía— y vino hacia
nosotras con tal rabia que Antonia se escabulló inmediatamente, seguida del
perro, que iba gruñendo con el rabo entre las piernas.
—¡Y tú, mamá! ¡Llévate inmediatamente
a ese niño donde no le vea o le estrello!
Gloria, de rodillas en el fondo de la bañera, empezó a llorar con la
cabeza apoyada en el borde, ahogándose, con grandes sollozos.
Yo estaba encogida en un rincón del oscuro pasillo. No sabía qué
hacer. Juan me descubrió. Estaba ahora más calmado.
—¡A ver si sirves para algo en tu
vida! —me dijo—. ¡Trae una toalla!
Las costillas se le destacaban debajo de la camiseta que llevaba, y le
palpitaban violentamente.
Yo no tenía idea de dónde se guardaba
la ropa en aquella casa. Traje mi toalla y además una sábana de mi cama, por si
hacía falta. Me daba miedo de que Gloria pudiera atrapar una pulmonía. Yo misma
sentí un frío espantoso.
Juan intentó sacar a Gloria de la bañera de un solo tirón, pero ella
le mordió la mano. Él soltó una blasfemia y le empezó a dar puñetazos en la
cabeza. Luego se quedó otra vez quieto y jadeante.
—Por mí puedes morirte, ¡bestia! —le dijo al fin. Y se fue, dando un
portazo y dejándonos a las dos. Me incliné hacia Gloria.
—¡Vamos! ¡Sal enseguida, mujer!
Ella continuaba temblando, sin
moverse, y, al sentir mi voz, empezó a llorar insultando a su marido. No opuso
resistencia cuando empecé a sacudirla y a tratar de que saliera de la bañera.
Ella misma se quitó las ropas chorreantes, aunque sus dedos le obedecían con
dificultad. Frotando su cuerpo lo mejor que pude, entré yo en calor. Luego me
sobrevino un cansancio tan espantoso que me temblaban las rodillas.
—Ven a mi cuarto, si quieres —le dije, pareciéndome imposible volver a
dejarla en manos de Juan.
Me siguió envuelta en la sábana y castañeteándole los dientes. Nos
acostamos juntas, envueltas en mis mantas. El cuerpo de Gloria estaba helado y
me enfriaba, pero no era posible huir de él; sus cabellos mojados resultaban
oscuros y viscosos como sangre sobre la almohada y me rozaban la cara a veces.
Gloria hablabacontinuamente. A pesar de todo
esto mi necesidad de sueño era tan grande que se me cerraban los ojos.
—El bruto... El animal... Después de todo lo que hago por él. Porque
yo soy buenísima, chica, buenísima... ¿Me escuchas, Andrea? Está loco. Me da miedo. Un día me va a matar... No
te duermas, Andreíta... ¿Qué te parece si me escapara de esta casa? ¿Verdad que
tú lo harías, Andrea? ¿Verdad que tú en mi caso no te dejarías pegar?... Y yo
que soy tan joven, chica... Román me dijo un día que yo era una de las mujeres
más lindas que había visto. A ti te diré la verdad, Andrea. Román me pintó en
el parque del castillo... Yo misma me quedé asombrada de ver lo guapa que era
cuando me enseñó el retrato... ¡Ay, chica! ¿Verdad que soy muy desgraciada?
El sueño me volvía a pesar en las
sienes. De cuando en cuando me espabilaba, sobresaltada, para atender a un
sollozo o a una palabra más fuerte de Gloria.
—Yo soy buenísima, buenísima... Tu abuelita misma lo dice. Me gusta
pintarme un poco y divertirme un poquito, chica, pero es natural a mi edad...
¿Y qué te parece eso de no dejarme ver a mi propia hermana? Una hermana que me
ha servido de madre... Todo porque es de condición humilde y no tiene tantas
pamplinas... Pero en su casa se come bien. Hay pan blanco, chica, y buenas
butifarras... ¡Ay, Andrea! Más me valdría haberme casado con un obrero. Los
obreros viven mejor que los señores, Andrea; llevan alpargatas, pero no les
falta su buena comida y su buen jornal.Ya quisiera Juan tener el buen
jornal de un obrero de fábrica... ¿Quieres que te diga un secreto? Mi hermana
me proporciona a veces dinero cuando estamos apurados. Pero si Juan lo supiera
me mataría. Yo sé que me mataría con la pistola de Román... Yo misma le oí a
Román decírselo:«Cuando quieras saltarte la tapa de los sesos o saltársela a la
imbécil de tu mujer, puedes utilizar mi pistola»... ¿Tú sabes, Andrea, que
tener armas está prohibido? Román vacontra la ley...
El perfil de Gloria se inclinaba para acechar mi sueño. Su perfilde rata
mojada.—... ¡Ay,Andrea! A veces voy a casa de mi hermana sólo para comer bien, porque
ella tiene un buen establecimiento, chica, y gana dinero. Allí hay de todo lo
que se quiere... Mantequilla fresca, aceite, patatas, jamón... Un día te
llevaré.
Suspiré completamente despierta ya al oír hablar de comida.
Mi estómago empezó a esperar con ansia
mientras escuchaba la enumeración de los tesoros que guardaba en su despensa la
hermana de Gloria. Me sentí hambrienta como nunca lo he estado. Allí, en la
cama, estaba unida a Gloria por el feroz deseo de mi organismo que sus palabras
habían despertado, con los mismos vínculos que me unían a Román cuando evocaba
en su música los deseos impotentes de mi alma.
Algo así como una locura se posesionó de mi bestialidad al sentir tan
cerca el latido de aquel cuello de Gloria, que hablaba y hablaba. Ganas de
morder en la carne palpitante, masticar. Tragar la buena sangre tibia... Me
retorcí sacudida de risa de mis propios espantosos desvaríos, procurando que
Gloria no sorprendiera aquel estremecimiento de mi cuerpo.
Fuera, el frío se empezó a deshacer en gotas de agua que golpearon los
cristales. Yo pensé que, siempre que hablaba Gloria conmigo largamente, llovía.
Parecía que aquella noche no iba a acabarse nunca. El sueño había huido. Gloria
cuchicheó de pronto poniéndome una mano en el hombro.
—¿No oyes?... ¿No oyes?
Se sentían los pasos de Juan. Debía de
estar nervioso. Los pasos llegaban hasta nuestra puerta. Se separaban,
retrocedían. Al fin volvieron otra vez y entró Juan en el cuarto, encendiendo
la luz, que nos hizo parpadear deslumbradas. Sobre la camiseta de algodón y los
pantalones que llevaba anteriormente se había puesto su abrigo nuevo. Estaba
despeinado y unas sombras tremendas le comían los ojos y las mejillas. Tenía un
tipo algo cómico. Se quedó en el centro de la habitación con las manos puestas
en los bolsillos, moviendo la cabeza y sonriendo con una especie de ironía
feroz.
—Bueno. ¿Qué hacéis que no continuáis
hablando?... ¿Qué importa que esté yo aquí?... No te asustes, mujer, que no te
voy a comer... Andrea, sé perfectamente lo que te está diciendo mi mujer. Sé
perfectamente que me cree un loco porque pido por mis cuadros el justo valor...
¿Crees tú que el desnudo que he pintado a Gloria vale sólo diez duros? ¡Sólo en
tubos y en pinceles he gastado más en él!... ¡Esta bestia se cree que mi arte
es igual que el de un albañil de brocha gorda!
—¡Vete a la cama, chico, y no fastidies! Éstas no son horas de
molestar a nadie con tus dichosos cuadros... He visto otros que pintaban mejor
que tú y no se envanecían tanto. Me has pintado demasiado fea para poder gustar
a nadie...
—No me acabes la paciencia. ¡Maldita!
O... Gloria, debajo de la manta, se volvió de espaldas y se echó a llorar.
—Yo no puedo vivir así, no puedo...
—Pues te vas a tener que aguantar, ¡sinvergüenza!, y cualquier día te
mataré como te vuelvas a meter con mis cuadros... Mis cuadros desde hoy no los
venderá nadie más que yo... ¿Entiendes? ¿Entiendes lo que te digo? ¡Cómo te
vuelvas a meter en el estudio te abriré la cabeza! Prefiero que se muera de
hambre todo dios a...
Empezó a pasearse por la habitación
con una rabia tan grande que sólo podía mover los labios y lanzar sonidos
incoherentes.
Gloria tuvo una buena idea. Se levantó de la cama, erizada de frío, se
acercó a su marido y le empujó por la espalda.
—¡Vamos, chico! ¡Bastante hemos molestado a Andrea! Juan la rechazó
con rudeza.
—¡Que se aguante Andrea! ¡Que se aguante todo el mundo! También yo los
soporto a todos.
—Anda, vamos a dormir...
Juan empezó a mirar a todos lados, nervioso. Cuando ya salía dijo:
Hola soy Laura Restrepo González nací en Santafé de Bogotá,Colombia, en el año 1950 y soy una escritora colombiana,soy aficionada a la escritura, compuse mi
primer cuento a los nueve años de edad. Estudié Filosofía y Letras en la
Universidad de los Andes y más tarde Ciencias Políticas. Cuando termine mis estudios, comencé a impartir clases de literatura en la Universidad
Nacional y del Rosario, alternando esta labor docente con trabajos
periodísticos para distintos medios.
En 1983 fui elegida por el gobierno colombiano
para formar parte de la comisión que yo debía negociar con el movimiento
rebelde M-19. En esta experiencia me basé para preparar y dar a conocer
tres años después el reportaje Historia de un entusiasmo, después de esta publicación recibí amenazas de muerte y por eso tuve que refujiarme en México y España.
Durante los cinco años que duró mi exilio pude
mantener nuevos contactos con el grupo guerrillero M-19, hasta que,
finalmente, la organización abandonó las armas en 1989. En 2004 fui
nombrada directora del Instituto de Cultura y Turismo de Santafé de
Bogotá. Ese mismo año publiqué Olor a rosas invisibles.
Con mi novela Delirio, ganadora del
Premio Alfaguara 2004 y del Premio Grinzane Cavour 2006 a la mejor
novela extranjera publicada en Italia, obtuve el reconocimiento en todo
el ámbito hispanoamericano. Antes de esta narración publiqué
obras como La isla de la pasión, Leopardo al sol, Dulce compañía (con la que obtuve en 1997 el Premio Sor Juana Inés de la Cruz), La novia oscura, La multitud errante y Las vacas comen espaguetis, esta última se la dedique al lector infantil. Mi labor periodística ha estado vinculada a diversos medios, como las revistas Proceso y Semana y el diario mexicano La Jornada.
La segunda Guerra Mundial: conflicto militar mundial que comenzó en 1939 como un enfrentamiento militar europeo entre Alemania y la alianza franco-británica, pero que se extendió hasta afectar a la mayoría de las naciones del planeta. Tras su conclusión en 1945, emergió un nuevo orden mundial dominado por Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La II Guerra Mundial requirió la utilización de todos los recursos humanos y económicos de cada Estado y fue un conflicto único en los tiempos modernos por la violencia de los ataques lanzados contra la población civil y por el genocidio (el exterminio de judíos, gitanos, homosexuales y otros grupos) llevado a cabo por la Alemania nacionalsocialista (nazi) como un objetivo específico de la guerra. Los principales factores que determinaron su desenlace fueron la capacidad industrial y la cantidad de tropas. En los últimos momentos de la lucha se emplearon dos armas radicalmente nuevas: los cohetes de largo alcance y la bomba atómica. No obstante, el tipo de armamento empleado durante casi todo el enfrentamiento fue similar al de la I Guerra Mundial, aunque con ciertas mejoras. Las principales innovaciones se aplicaron a las aeronaves y los carros de combate.
La situación después de la 1º Guerra Mundial
El resultado de la I Guerra Mundial fue decepcionante para tres de las grandes potencias implicadas. Alemania, la gran derrotada, albergaba un profundo resentimiento por la pérdida de grandes áreas y las indemnizaciones por reparaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles. Italia, una de las vencedoras, no recibió suficientes concesiones territoriales para compensar el coste de la guerra ni para ver cumplidas sus ambiciones. Japón, que se encontraba también en el bando aliado, vio frustrado su deseo de obtener mayores posesiones en Asia oriental.
Las causas de la 2º Guerra Mundial
Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos alcanzaron los objetivos previstos en el conflicto. Habían logrado que Alemania limitara su potencial militar a una cifra determinada y reorganizaron Europa y el mundo según sus intereses. No obstante, los desacuerdos políticos entre Francia y Gran Bretaña durante el periodo de entreguerras fueron frecuentes, y ambos países desconfiaban de su capacidad para mantener la paz. Estados Unidos, desengañado con sus aliados europeos, que no pagaron las deudas contraídas en la guerra, inició una política aislacionista.
El fracaso de los esfuerzos de paz
Durante la década de 1920 se llevaron a cabo varios intentos para lograr el establecimiento de una paz duradera. En primer lugar, se constituyó la Sociedad de Naciones (1920), un organismo internacional de arbitraje en el que los diferentes países podrían resolver sus disputas. Los poderes de la Sociedad quedaban limitados a la persuasión y a varios grados de sanciones morales y económicas que los miembros eran libres de cumplir según su criterio. En la Conferencia de Washington (1921-1922), las principales potencias navales acordaron limitar el número de naves a una proporción establecida. Los Tratados de Locarno, firmados en esta ciudad suiza en una conferencia celebrada en 1925, garantizaban las fronteras franco-alemanas e incluían un acuerdo de arbitraje entre Alemania y Polonia. Durante la celebración del Pacto de París (1928), 63 naciones firmaron el Tratado de Renuncia a la Guerra, también denominado Pacto Briand-Kellog, por el que renunciaron a la guerra como instrumento de sus respectivas políticas nacionales y se comprometieron a resolver los conflictos internacionales por medios pacíficos.
Las operaciones militares
Los ejércitos alemanes marcharon sobre Polonia a primeras horas de la mañana del 1 de septiembre de 1939. Los británicos y los franceses declararon la guerra a Alemania el 3 de septiembre, pero no tenían intención de prestar ayuda a los polacos.
Síntesis elaborada por alumnos de la SAFA de Úbeda
Nací en Madrid el 1923 donde viví hasta mi adolescencia 16 años
después mi familia y yo nos mudamos a París donde curse estudios de
filosofía. Durante la segunda guerra mundial luche contra los nazis
y fui capturado y mandado a un campo de concentración en Alemania: Buchenwald donde estuve recluido durante 3 años. Una vez liberado, me fui a París a trabajar en la UNESCO. Seguidamente volví a España con una identidad falsa: Federico Sánchez, como agente clandestino en la lucha contra la dictadura; y estuve yendo de París a
España hasta 1963, como he contado en la película La guerra se ha acabado. La dirección del Partido Comunista decidió que mi vida corría peligro, tras el asesinato de Julián Grimau por la policía franquista.
Desde entonces, no volví a España hasta la muerte de Franco y me dediqué, sobre todo, a la actividad literaria en francés. No obstante, en 1977 gané el premio Planeta con una obra escrita en español: la Autobiografía de Federico Sánchez, donde cuento mi experiencia como militante del Partido Comunista de España hasta 1964, cuando fui expulsando. Creo que he dejado claros mis motivos para rechazar el estalinismo y la tutela de Moscú sobre la izquierda europea.
Seguí viviendo en Francia, pero en 1988 acepté la oferta de Felipe González para convertirme en Ministro de Cultura y presentar ante Europa una España liberada del franquismo. Durante los últimos años de mi vida me dediqué a escribir y difundir la memoria de los campos de concentración donde murieron tantos seres humanos, entre ellos mis amigos y compañeros.
Yo Gabriel García Márquez nací en
Aracataca , en el departamento de Magdaena en Colombia, un domingo 6
de marzo de 1927, nací a las 9 de la mañana. Viví con mis abuelos
muchos años, hasta que mi abuelo murió y mi abuela se quedo casi
ciega, como no podía cuidarme fui a Sacre a vivir con mis padres
durante muchos años. Estudie en un internado en Barranquilla , en el
puerto de la boca del río Magdalena. Luego fui enviado a estudiar a
Bogotá , donde me reubican en el Lino Nacional de Zipaquira. Después
de mi graduación de 1947 fui a Bogotá a estudiar derecho en la
universidad Nacional de Colombia. Me case con Mercedes Barcha en
marzo de 1958 en la iglesia de Nuestra Señora del perpetuo Socorro
de Barranquilla. En 1961 me instalé con mi nuevo hijo en Nueva York,
donde ejercí como corresponsal de Prensa Latina. Decidí trasladarme
a México por que recibí amenazas de la CIA. En 2007 regresé a
Aracataca para un homenaje que le rindé al gobierno Colombiano al
cumplir mis 80 años.
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú?¿Volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Es posiblemente el poeta más espiritual e intimista de la Generación del 27. En sus composiciones se observa la huella de San Juan de la Cruz , Garcilaso de la Vega , Juan Ramón Jimenez y Pedro Salinas.
Aunque su producción es breve y desigual, supo crear un mundo intimista
pero rico en matices. Su poesía es cálida, cordial, transparente. Canta
el amor, la soledad, la muerte, con tonos románticos. Según él, su
poesía se siente hermana menor de la de Salinas. Rasgo
sobresaliente de su producción es su musicalidad, con predominio de los
versos cortos y las estrofas de raíz tradicional.