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martes, 15 de mayo de 2012

La radio, fiel amiga durante el franquismo

Comentario de texto de ''El reino de las voces''

El tema principal del que habla el texto es en torno a la radio, a la imagen que le damos a una voz en nuestra mente cuando escuchamos a un interlocutor.
Basándonos en la época franquista, en la cual había algunos programas que criticaban y se oponían a la dictadura (siempre en horario nocturno) y principalmente en las apariencias.
En el texto el narrador primero hace una breve descripción de la radio y cómo era su mantenimiento. Para después contarnos en primera persona cómo él y su padre escuchaban el programa de la emisira Pirenaica y que, tras muchos años, ha podido volver a escuchar esa misma emisora.
Este texto es un artículo de opinión, en el que predominan la descripción y la narración. El él, el autor se traslada desde la actualidad a la época franquista al escuchar una voz familiar en la radio. Recuerda la etapa tan dura de sumisión y de coacción del libre pensamiento, para finalmente mencionar que aquellos momentos pasados no se olvidan.

Antonio Muñoz Molina nació en Úbeda en 1956.
Es un reconocido escritor español. Estudió periodismo en Madrid y se licenció en Historia del arte en Granada.
Inició su trayectoria literaria recopilando sus artículos periodísticos publicados en periódicos locales y reunidos en 2 libros de ensayos titulados El Robinson urbano Diario de Nautilus.
Narrador de gran cordura y enorme capacidad de fabulación, colabora frecuentemente en la prensa escrita y es miembro de la Real Academia desde 1995.
En muchas de sus obras se mueve en territorios de la memoria con el fin dereconstruir la historia de España através de los personajes.
Algunas de sus obras son: Los misterios de Madrid, El dueño del secreto, El invierno en Lisboa, El jinete polaco y En ausencia de Blanca. Y recibió numerosos premios por muchas de sus obras.
En sí, lo que nos quiere decir el autor es que aunque no sabian verdaderamente nada sobre la voz locutora, ellos pensaban que sí la conocian al imaginarse a la persona, al lugar donde podía encontrarse... Al igual que les pasaba a los interlocutores, que no eran españoles y que se imaginaban las circunstancias en las que podía encontrarse España y solo se hacían una idea que no era del todo cierta. Solo era una apariencia. En resumidas cuentas: el autor quiere a través de los personajes y gracias a su memoria y vivencia, reconstruir la memoria de España para que no quede perdida.
La reflexión que hace es interesante y el título acertado. Es irónico, porque siempre que escuchas una voz es cierto que intentas situarla, buscarle una apariencia. La forma en la que escribe, dando su opinión, su punto de vista y su vivencia personal, hace que el texto sea más llevadero.


domingo, 13 de mayo de 2012

El reino de las voces



El artículo que habéis comentado de Antonio Muñoz Molina, "El reino de las voces",  se inserta en la edición de sus columnas periodísticas, bajo el título Las apariencias (1996, textos escritos entre 1988 y 1991 en los diarios ABC y El País). Pero también es una referencia lúdica del propio autor al primer capítulo de su novela más premiada, El jinete polaco (1991); un guiño a los lectores. A partir de esta obra se ha hecho explícito el juego constante entre memoria y ficción en sus novelas y, quizá, también en sus textos periodísticos.
No obstante, creo que el contrato del periodista con sus lectoras y lectores exige un grado mucho mayor de cercanía a la realidad que el no-contrato del novelista. Para empezar, si sabemos que un periodista nos engaña, dejamos de leerlo. Probablemente haya más apariencia sin realidad en el discurso de un candidato electoral, a la vista del abismo entre palabras y hechos que han cavado los dos últimos gobiernos de este país.



Os ofrezco aquí el capítulo de la novela, para que comparéis sus semejanzas y diferencias con el artículo ya conocido. Espero no vulnerar derechos editoriales; en cualquier caso, será con un fin pedagógico:



El reino de las voces


Sin que se dieran cuenta se les hizo de noche en la habitación de donde no habían salido en muchas horas, donde habían estado abrazándose y conversando en una voz cada vez más baja, como si la penumbra y luego la oscuridad que no notaban hubieran ido apaciguando el tono de sus voces pero no la avidez mutua de palabras, igual que se había apaciguado el modo al principio perentorio en que satisfacían y simultáneamente alimentaban su deseo, cuando regresaban caminando bajo la nieve y el frío de la taberna irlandesa donde habían almorzado, el pie descalzo de ella buscándolo con desvergüenza y sigilo bajo el amparo insuficiente del mantel, la casi persecución en el ascensor, ante la puerta, en el pasillo, en el cuarto de baño, la ropa arrancada con una delicada furia de impaciencia y las bocas mordiéndose mientras su doble respiración crecía en el calor de la habitación a media tarde, en la luz listada de las persianas que dejaban entrever al otro lado de la calle una hilera de árboles con las ramas peladas cuyo nombre ella no supo decirle y una fila de casas de ladrillo rojo con dinteles de piedra, con llamadores dorados y puertas pintadas de un negro brillante que a él le daban la tranquilizadora sensación de estar en Londres o en cualquier otra ciudad anglosajona y silenciosa, a pesar del ruido del tráfico que llegaba desde las avenidas, de las sirenas de los coches de la policía y de los camiones de bomberos, un pesado rumor que envolvía el núcleo de silencio en que los dos respiraban igual que la ciudad ilimitada y temible envolvía el espacio breve del apartamento, la cámara segura como un submarino en la que si se paraban a pensarlo era casi imposible que se hubieran encontrado, entre tantos millones de hombres y mujeres, de caras, de nombres, de gritos, de idiomas, de conversaciones telefónicas.

Vivían con naturalidad en el interior de una especie de milagro que ni siquiera habían solicitado ni esperado, casi desconocidos hasta unos días antes y ahora reconociéndose cada uno en la mirada, en la voz y en el cuerpo del otro, vinculados no sólo por la costumbre tranquila y candente del amor sino también por las voces y los testimonios de un mundo que irrumpía en ellos viniendo del pasado tan tumultuosamente como vuelve la savia a una rama que pareció muerta y seca durante todo el invierno, por la figura del jinete que cabalga a través de un paisaje nocturno, por las pupilas fijas en la oscuridad y en el vacío de una mujer emparedada que permaneció incorrupta durante setenta años, por el baúl de las fotografías de Ramiro Retratista y una Biblia protestante escrita en un inconcebible español del siglo XVI cuyas páginas recorrían ahora sus manos igual que las habían recorrido desde hacía más de cien años las manos de los muertos extraviados en la distancia y en el tiempo, sepultados al otro lado del mar, en una ciudad cuyo nombre les resultaba tan extraño decirse en aquel apartamento que les parecía situado en ninguna parte, Mágina, sus vocales rotundas como una luz de mediodía, sus duras consonantes tan cortadas en ángulos como las piedras en las esquinas de los palacios de piedra color arena, amarilla en el sol de la mañana, cobriza en los atardeceres, casi gris en los días de lluvia, en aquel invierno de su adolescencia que compartieron sin saberlo hasta el final, ella medio extranjera y recién llegada de América, con su pelo rojizo y su barbilla irlandesa, él hosco y callado y deseando marcharse a cualquier parte del mundo a condición de que no fuera Mágina, Madrid, París, Nueva York, San Francisco, la isla de Wight, cualquiera de las ciudades o países cuyos nombres leía de niño en el sintonizador iluminado de la radio y donde se oyeran esos idiomas que lo fascinaron mucho antes de que empezara a distinguir y a comprender el sonido de sus palabras, desvelado y solo en medio de la noche, buscando las emisoras extranjeras de onda corta, manejando el dial con la misma cautela que su padre cuando buscaba el himno de Riego en la Pirenaica, imaginando que su destino y la mujer de su vida estaban esperándolo en una ciudad a la que tal vez no iría nunca: ella nacida en un suburbio con casas de ladrillo rojo o de madera pintada de blanco a donde llegaban a veces las gaviotas y el viento húmedo de la bahía y el olor a muelle y a limo y educada en un inglés con acento de Irlanda y en el límpido español que se hablaba en Madrid antes de la guerra y le fue transmitido tan involuntariamente por su padre como la expresión obstinada y atenta de los ojos: él venido al mundo en una noche tempestuosa de invierno y a la luz de una vela, crecido en las huertas y en los olivares de Mágina, destinado a dejar la escuela a los catorce o a los quince años y a trabajar en la tierra al lado de su padre y de sus abuelos y llegada una cierta edad a buscarse una novia a quien sin duda habría conocido desde la infancia y a llevarla al altar vestida de blanco después de un noviazgo extenuador de siete u ocho años, él torpe, enconado, silencioso, rebelde, escribiendo diarios de furiosa desdicha en cuadernos de apuntes y odiando la ciudad donde vivía y la única clase de vida que había conocido y que legítimamente tenía derecho a esperar en nombre de otras vidas que le fueron anunciadas por las canciones, los libros y las películas, y mucho antes, cuando era niño, por las voces de la radio y los nombres de ciudades que veía en los mapamundis, alto ahora, cuando tuvo a Nadia delante de sí y no la supo recordar, a punto de cumplir diecisiete años y mortificado por la impaciencia de convertirse en un adulto, vestido siempre de oscuro, con un mechón de pelo negro sobre la frente que le ensombrecía la mirada, con pantalones vaqueros que para escándalo de sus padres no se quitaba ni siquiera los domingos y con un chaquetón azul marino abrochado hasta el cuello que tenía algo de uniforme maoísta, aunque era la guerrera de guardia de asalto que había estado guardada durante más de treinta años en el armario de su abuelo Manuel, escondida en el fondo, junto a los correajes y el canuto de estaño con el diploma de su nombramiento, junto a una caja de lata llena de billetes de banco que él mostraba con orgullo a sus amigos diciéndoles que eran dinero de la República: buscando siempre voces y canciones extranjeras en la radio, imaginando que se iba con una bolsa al hombro y que la carretera de Madrid se prolongaba infinitamente hacia el norte, hacia lugares donde él vivía de cualquier modo y se cambiaba de nombre y hablaba sólo en inglés y se dejaba crecer el pelo hasta los hombros, como cualquiera de los héroes a quienes reverenciaba, Edgar Allan Poe, Jim Morrison, Eric Burdon, tan desesperado por marcharse y no volver que no le importaría no ver nunca más ni a sus amigos ni a la muchacha de la que estaba enamorado entonces, con un amor hecho más de cobardía y literatura que de entusiasmo y deseo, tan legendario, doloroso y ridículo, como su propia vida y sus sueños de huida y los versos y las confesiones que escribía en los cuadernos de apuntes, en las horas muertas de clase en aquel instituto donde daba clases de literatura con una pesadumbre de vejación y destierro un profesor de Madrid al que rápidamente apodó el Praxis el más réprobo de todos los alumnos, un futuro teniente de la Guardia Civil que ya entonces fumaba grifa, aspiraba a decorarse los brazos con tatuajes legionarios y se llamaba Patricio Pavón Pacheco. Desconocidos, cruzándose en las calles de Mágina y tan extraños como si hubieran vivido a una distancia de siglos, habitados hasta la médula de su conciencia por las voces de sus mayores, herederos de un valor fracasado mucho antes de que ellos nacieran y modelados sin saberlo por hechos memorables o atroces de los que nada sabían, herederos involuntarios de la soledad, del sufrimiento y del amor de quienes los habían engendrado.

Se incorporó para buscar un cigarrillo en la mesa de noche y sólo entonces se dio cuenta de lo tarde que era al ver la hora en el despertador, y calculó instintivamente la hora que sería en Mágina. Ya habría amanecido, su padre estaría en el mercado ordenando la hortaliza húmeda y brillante sobre el mostrador de mármol, y tal vez se preguntaría de vez en cuando dónde estaba él, a cuál de esas ciudades a las que quería irse en la adolescencia lo habría llevado su oficio errabundo de intérprete. Miró el teléfono y se acordó con remordimiento de todo el tiempo que había pasado desde la última vez que habló con sus padres, encendió un cigarrillo y se lo puso a Nadia en los labios, acariciándole fugazmente la cara y el pelo, no quiso dar todavía la luz, aunque ya era medianoche, no tenía la sensación del paso de las horas ni la premura de hacer algo o de llegar a alguna parte. Por qué no nos encontramos entonces, le dijo, inclinándose sobre ella casi en la oscuridad, no hace unos meses sino dieciocho años, por qué nos faltó coraje, inteligencia, ironía y astucia, o al menos me faltaron a mí, qué niebla había en mis ojos que no me dejaba verte cuando te tenía delante. media vida más joven pero no más deseable que ahora, idéntica a sí misma, la imaginó queriendo imposiblemente recordarla, su cara irlandesa y sus ojos españoles y su melena castaña que se volvía roja cuando la deslumbraba el sol, su manera tan desahogada y vagabunda de andar, no sólo entonces, cuando sólo vestía zapatillas deportivas y pantalones vaqueros, sino también ahora, cuando se pone vestidos cortos y ceñidos y zapatos de tacón para que él la mire y la desee buscándola en el espacio cerrado del apartamento, porque si saliera vestida así a la calle se quedaría congelada, un vestido amarillo debajo del cual no había nada más que su piel y un tenue olor a espuma de baño, a perfume y a cuerpo femenino, pero también, al cabo de unos días, olía a él mismo, a su saliva y a su semen, los olores tan mezclados como los recuerdos y las identidades, como sus dos voces que enumeraban y celebraban en la penumbra de un tiempo sin horarios ni fechas: mañanas, atardeceres, noches y madrugadas en las que una luz incolora y luego azul se iba estableciendo en la habitación mientras él la miraba dormir, eligiendo en varios idiomas palabras para nombrarla igual que elegía las caricias que la condujeran gradualmente hacia el despertar, con un instinto tranquilo no de poseerla —porque nunca había sabido ni querido poseer lo que más le importaba— sino de halagarla y cuidarla, de borrar con el influjo de su paciencia y su asidua ternura todos los infortunios de su vida y hacer posible esa sonrisa perezosa que le brillaba en los ojos y en los labios cuando le rebosaba el gusto cumplido del amor, de verla dormirse otra vez en sus brazos y apartarse de ella con la precaución de que no se despertara para ir a la cocina y prepararle café, zumo de naranja, pan tostado y huevos revueltos, con la misma naturalidad que si hubieran vivido siempre juntos en ese apartamento que ella había compartido hasta unos meses antes con otro, con el ex marido cuyas fotos desaparecieron de la casa —él las buscaba, en accesos de celos, lacerado por el pensamiento de los hombres con los que ella había estado, como si le hubiera sido infiel antes de conocerlo— y con el hijo rubio que le sonreía, también a él, que al mirar sus fotos se sentía un intruso, en la mesa de noche, en el armario de los libros, junto a la máquina de escribir donde ella trabajaba, pero que se le hacía más presente cuando se asomaba con un poco de aprensión y pudor a su dormitorio vacío y miraba la cama con sábanas de colores y los juguetes alineados en las estanterías, superhéroes de los dibujos animados y barcos y motoristas y tiovivos de lata que ella había recibido de su padre y entregado a su hijo con un sentimiento de nostalgia sin pérdida y de perduración que a él le estaba vedado, porque no tenía hijos ni había considerado nunca la posibilidad de tenerlos y sólo ahora, cuando estaba enamorado de una mujer que había parido a uno, comprendía o sospechaba el orgullo de reconocerse en su existencia. Qué raro, pensaba, que alguien haya nacido de ella y la necesite más que yo. La dejó dormida, le apartó el pelo húmedo de la cara para besarle los labios, los pómulos y las sienes, bajó del todo la persiana del dormitorio y echó las cortinas para que no volviera a despertarla la luz de la mañana de invierno, y en el grabado del jinete que estaba colgado enfrente de la cama fue como si también cayera otra vez la noche y se avivara el fuego que alguien había encendido junto a un río y en el que unos tártaros sublevados contra el zar calentaban hasta el rojo vivo el filo del sable que en apariencia cegaría a Miguel Strogoff.

Quién es, se preguntó de nuevo, hacia dónde cabalga, desde cuándo, durante cuántos años y en cuántos lugares miró el comandante Galaz ese grabado oscuro del jinete con el gorro tártaro y el carcaj y el arco sujetos a la grupa, con la mano derecha casi vanidosamente apoyada en la cintura mientras la izquierda sostenía la brida del caballo, mirando no hacia el camino que apenas se distinguiría en la noche sino más allá de los ojos del espectador, desafiándolo a averiguar su misterio y su nombre. Recogió del suelo la bata de seda que ella se ponía al salir de la ducha y que se le deslizaba luego sobre la piel fresca y perfumada como los hilos del agua y estuvo oliéndola hasta que su respiración la humedeció, se preparó un café, miró el reloj de la cocina, que marcaba una hora inexacta, porque ella no se había molestado en cambiarla cuando los periódicos y las autoridades dieron el aviso, volvió al salón con la taza en la mano, puso muy bajo un disco de Bola de Nieve que habían estado escuchando la noche anterior, volvió a mirarla, quieto en el umbral del dormitorio, murmurando la letra de un bolero, con una atenta ternura que le reavivaba solitariamente el deseo y le desfallecía las rodillas, como si tuviera dieciséis años y estuviera viendo por primera vez a una mujer desnuda, dormida, con las piernas abiertas, con el edredón entre los muslos, cubriendo a medias el vello denso y rizado, afeitado justo en la orilla de las ingles, agradecido por la impunidad con que se le concedía el derecho a admirarla, a hundir golosamente en ella, para que despertara, la lengua o los dedos, blasfemo y devoto, Dog, Siod, Brausen, Elohim, pensaba, a una yegua del carro de faraón te he comparado, amiga mía, repitiendo en voz baja su nombre, Nadia, Nadia Allison, Nadia Galaz, cada vez con la inflexión de cada uno de los idiomas con los que se ganaba la vida, y luego, bajando los ojos, miró con ironía y orgullo y casi vanidad la consecuencia inmediata y arrogante de lo que estaba viendo, trújome a la cámara del vino y su bandera de amor puso sobre mí, leía ella en la Biblia que perteneció a don Mercurio, y para no caer en la tentación de volver a despertarla se puso los pantalones y volvió al lugar donde estaban el baúl de Ramiro Retratista y el resumen de todas las fotografías que había tomado en Mágina a lo largo de cuarenta años, desordenadas en el suelo, sobre los cojines del sofá, algunas de ellas apoyadas verticalmente sobre los lomos de los libros, en la estantería, junto a las fotos en color del hijo de Nadia. Se acordó de un baúl siempre cerrado que estaba en el desván de la casa de sus padres y en el que él se escondió una vez cuando tenía siete u ocho años, de los baúles providenciales que encontraban los náufragos de las novelas en las playas de sus islas desiertas: no percibía hechos ni objetos singulares, sensaciones irrepetibles, palabras sin resonancia, lugares aislados: a su alrededor, en su conciencia, en su mirada, hasta en la superficie de su piel, todas las cosas irradiaban vínculos en el espacio y en el tiempo, todo pertenecía a una secuencia nunca interrumpida entre el pasado y el presente, entre Mágina y todas las ciudades del mundo donde había estado o soñado que iba, entre él mismo y Nadia y esas caras en blanco y negro de las fotografías en las que era posible distinguir y enlazar no sólo los hechos sino también los orígenes más distantes de sus vidas. Con incredulidad volvió a verse sentado sobre un caballo de cartón, cuando tenía tres años, en la feria de Mágina, con un sombrero cordobés, con una camiseta de rayas, con pantalón corto, calcetines blancos y zapatos de charol, y le pareció mentira que fuese aquí, en otro mundo, tan lejos, donde recuperaba esa foto perdida y olvidada durante tanto tiempo. Vio a sus padres el día en que se casaron, vio a su bisabuelo Pedro sentado en el escalón de su casa, vio al inspector Florencio Pérez en su despacho de la plaza del General Orduña y al médico don Mercurio inclinando su cabeza decrépita sobre las grandes hojas de la Biblia, vio de nuevo la cara de la mujer emparedada en la Casa de las Torres y sus ojos alucinados por la oscuridad y la muerte, vio a su abuelo Manuel vestido con el uniforme de la Guardia de Asalto y pensó que ya era tiempo de ir regresando hacia Mágina, ahora que la ciudad no podía herirlo ni atraparlo, de regresar con Nadia para mostrarle los lugares que ella apenas recordaba y caminar abrazado a ella bajo los soportales de la plaza del General Orduña, por la calle Nueva, por el paseo de Santa María, por las calles empedradas que conducían a la plaza de San Lorenzo y a la Casa de las Torres, hablándole al oído, rozándole el pelo con los labios, estrechándola con una pasión y una certidumbre de pertenecerle que a los dieciséis años le había parecido imposible encontrar. Recordó el sonido del llamador en la casa de sus padres y sólo entonces tuvo conciencia exacta del gran abismo de lejanía que lo separaba de la ciudad donde había nacido: rascacielos, puentes de metal, paisajes industriales, aeropuertos, océanos, continentes nocturnos donde los ríos brillaban bajo la luna y las ciudades parecían estrellas de hielo, días y meses de viajes oblicuos sobre las manchas de colores puros de los mapamundis que él interrogaba de niño como asomándose desde un acantilado de vértigo a la extensión de la Tierra. Pero no sentía angustia, ni premura, ni miedo, como tantas veces, como casi siempre en su vida, ni el remordimiento sin motivo que lo había trastornado desde que tuvo uso de razón y que le hacía vivir pendiente de un posible castigo llegado a él bajo una forma casual de desgracia: había dormido pocas horas y notaba en sus miembros una fatiga sin peso, una disposición de indolencia que lo empujaba a volver a la penumbra y a los olores cálidos del dormitorio.

Cerró la puerta con cuidado, para que no entrara la luz del pasillo, escuchó la respiración de Nadia, que dormía con la boca entreabierta, se quitó los pantalones, se tendió de costado junto a ella, adhiriéndose a sus caderas y a la longitud de sus piernas flexionadas sobre el vientre, y cuando terminó de acomodarse y se quedó inmóvil, con los ojos cerrados, le pareció de nuevo que volvía a un refugio inviolable y que los sonidos de la ciudad y la luz de la mañana se apaciguaban en una quietud de media tarde o de anochecer perezoso y estático, igual que cuando se acostaban después de comer y les oscurecía sin que se dieran cuenta, conversando y acariciándose durante horas más anchas y serenas que las horas comunes, procaces, estremecidos, inocentes, con una mutua desvergüenza que les fortalecía la ternura, cómplices en el delirio y en la risa, callados de pronto, mirándose tensamente a los ojos, con asombro y pavor, como testigos de un prodigio simultáneo que los traspasaba, vencidos luego el uno sobre el otro, bruñidos de sudor, gastados de caricias. Entonces se oían respirar en silencio y las manos y los labios volvían a buscar, ya sin urgencia, los pies rozándose bajo las sábanas, como para comprobar y percibir toda la extensión del cuerpo todavía y siempre deseado, y las voces adquirían un tono de rememoración y secreto, el tiempo dilatándose en ellas como la corriente demorada de un río que desborda sus orillas en un delta de limo, y ellos tendidos, dejándose llevar, abandonados a un lento flujo de palabras, incorporándose a veces para buscar un cigarrillo en la mesa de noche, la cara y la melena de Nadia iluminadas por la llama del mechero, para traer una cerveza del frigorífico y compartirla en un vaso desbordado de espuma, hablando siempre, repitiendo palabras impresas en una Biblia polvorienta que tal vez excitaron un siglo antes los deseos de otros, las noches busqué en mi cama al que ama mi alma, busquélo y no lo hallé, enumerando nombres y canciones, oyéndolas de nuevo al cabo de muchos años con la repetida sorpresa de haber amado exactamente la misma música a la misma edad y de poseer de pronto un pasado común en el que sin conocerse ya estaban juntos. Fuera del día y de la noche, del calendario y el reloj, como supervivientes en una isla desierta, la isla de las voces, no sólo las suyas, sino también las que congregaban con la imaginación y la memoria, no sólo las palabras que decían sino las sensaciones recobradas y las imágenes que fluían en sus pupilas cuando no sabían seguro si estaban dormidos o despiertos, cuando Nadia se dormía durante unos minutos y sonreía con los ojos cerrados y le decía al despertar, he soñado con mi padre y con los dibujos de un libro de cuentos españoles que a él le gustaba leerme. Al dormirse soñaban que seguían conversando y que miraban de nuevo las fotos innumerables de Ramiro Retratista, y al abrir los ojos lo primero que veían era la penumbra de la habitación y la figura del jinete que cabalga por un paisaje donde muy pronto amanecerá o acaba de hacerse de noche, un viajero solitario y tranquilo, alerta, orgulloso, casi sonriente, que da la espalda a una colina donde se distingue la sombra de un castillo y parece cabalgar sin propósito hacia algún lugar que no puede verse en el cuadro, y cuyo nombre nadie sabe, igual que tampoco sabe nadie el nombre del jinete ni la longitud y latitud del país por donde está cabalgando.

domingo, 6 de mayo de 2012

Escuchar a escondidas

                       EL REINO DE LAS VOCES

  • Tema: El tema de este texto es la radio, en concreto, uno de los elementos radiofónicos que es la palabra. En este relato de Antonio Muñoz Molina se puede apreciar el miedo a la dictadura franquista ya que el padre del protagonista tenía que escuchar a escondidas la emisora de radio de su movimiento ideológico (Comunismo). La radio era un medio de comunicación muy importante en esa época, y por tanto, la gente estaba muy pendiente de ella.
  • Resumen del texto: Este relato trata sobre cómo un padre de familia escuchaba la radio de su partido político en tiempos de dictadura franquista. La emisora se llamaba pirenaica, y, aunque el protagonista cree que es una emisora proveniente de los pirineos, en realidad la emisora proviene de Rumanía. El locutor de esta radio narraba episodios de la España de la época sin estar ni siquiera en el país. por lo tanto, este interlocutor se inventaba todos los hechos que contaba.
  • Reseña Biográfica del autor: El autor de este texto es Antonio Muñoz Molina. Éste nació en Úbeda en 1956 y es uno de los autores más importantes de la narrativa española actual. Ha escrito novelas como "Beatus Ille", "Plenilunio"...
  • Actualidad del tema: Este relato no trata un tema actual. En su lugar, cuenta la historia de la radio en la época franquista.
  • Opinión Personal: En mi opinión este texto cuenta muy bien y detalladamente cómo era la radio hace aproximadamente medio siglo en España.También transmite emociones que se sentían en la época de la dictadura.

martes, 17 de abril de 2012

Elementos de la comunicación radiofónica

Cabe destacar tres elementos característicos que constituyen su especial código o lenguaje: la palabra, la música y los efectos sonoros.
La palabra
El mensaje radiofónico tiene una serie de características por las cuales se caracteriza esta expresión oral:
  • El mensaje radiofónico es fugaz, es decir lo que el oyente no escuche o entienda se pierde sin posibilidad de recuperarlo, por ello el mensaje requiere una cierta atención del oyente, y que por supuesto para compensar esta fugacidad, el locutor será lo más claro posible. 
  • El discurso del la radio es ágil y espontáneo, ya que la palabra es directa e inmediata.
  • El lenguaje también ha de ser sugerente y expresivo, casi visual, ya que la palabra debe compensar la ausencia de imagen.
  • Predomina el tono afectivo y la expresión coloquial, para aproximarse más al oyente.
 
 La música
La música puede utilizarse para dos aspectos generales: uno de ellos puede ser un apoyo para otros elementos, como por ejemplo crear el ambiente que se precisa en un momento determinado.
El segundo aspecto es simplemente que la música se ha el propio contenido, es decir, un programa dedicado a la emisión de música donde la palabra queda como un mero complemento.

La relación entre música y radio es tan estrecha que difícilmente podríamos hacernos una idea de cómo sería el medio sin la existencia de este componente del lenguaje radiofónico.

Los efectos
Los efectos son artificios técnicos previamente grabados que se emplea con diferentes funciones. Pueden ser musicales, si utilizan melodía, como por ejemplo la presentación de un programa.
Por otro lado de sonido, si consisten en imitaciones de sonidos de la realidad, por ejemplo la más común son las famosas risas “enlatadas”.

LA RADIO


LOS GÉNEROS RADIOFÓNICOS


LA PROGRAMACIÓN:
Como la de la prensa, la programación de la radio es periódica, es decir se emite cada cierto tiempo, de esta forma hay programas de a diario, semanales, mensuales...

Cabe destacar que la unidad principal de la radio es el programa, los hay de diferentes tipos:
- INFORMATIVOS
- CULTURALES
- MUSICALES
- DEPORTIVOS


Aunque parezca que la radio no conlleva un gran esfuerzo al no haber una cámara que proyecte todos los fallos    cometidos durante el rodaje, pero si que lo tiene, todo esto es desarrollado a través de un equipo técnico que se dedica a la preparación del programa, éste está formado por:
- EL DIRECTOR
- EL LOCUTOR O LOCUTORES
- LOS REDACTORES...

Además de todo esto, un programa también tiene una unidad de tiempo, es decir, cada vez que sea emitido se hará a la misma hora del día.

LOS INFORMATIVOS:
Una de las funciones principales de la radio es mantener informada a la población de los temas de actualidad, los géneros utilizados para ello son los mismos que en la prensa: la noticia, el reportaje, la crónica...
Y esque es el medio de comunicación mas rápido, las personas se enteran de las noticias por la radio, las confirman en televisión y se reflexiona sobre ellas al día siguiente en el diario.
Hay varios tipos de informativos:
- el diario hablado (simplemente el informativo), es el de mayor duración y el de mayor interés público, es por eso que se emite en las horas de máxima audiencia, son las noticias de diario.
- el boletín informativo, es el más corto tan solo 10 minutos, en el se resumen las noticias más importantes, se actualiza cada hora aprox.
- el flash informativo, se trata de una noticia de alto interés que la cadena incluye de momento, no tiene un espacio propio.

EL MAGACÍN 
Es un programa que gusta por su variedad, ya que se mezcla la tertulia con la noticia, con la entrevista...
Todo esto es dirigido o coordinado por el presentador que suele ser alguien con experiencia, son bastante largos y en ellos entra la participación de los oyentes para dar opiniones, etc.

RETRANSMISIONES EN DIRECTO
Son programas que como su propio nombre indica se hacen en directo, lo que demuestra la capacidad de la radio frente a la prensa.
Normalmente suelen ser temas importantes, como un debate en el parlamento, o que atraigan a mucha audiencia, como el fútbol. De otro modo no merece la pena, porque este tipo de retransmisiones conlleva un alto despliegue de medios, locutores, técnicos, comentaristas...

martes, 10 de abril de 2012

Reparto de temas durante el tercer trimestre

COMUNICACIÓN

TEMA 7

7.6. Cartas al director: Eduardo Ruiz

TEMA 8

8.2: Elementos de la comunicación radiofónica: Antonio Jesús Jiménez
8.3: La programación: géneros radiofónicos: Alberto Andrés

20 abril


TEMA 9

9.2. Los participantes: Antonio Miguel Vázquez
9.3. El lenguaje de la TV: María Rodríguez

9.4. El castellano (y el andaluz) en la TV: Pablo Díaz
4 mayo



TEMA 10


10.2.  El proceso de la comunicáción publicitaria: María Rodríguez

10.3. La forma de los mensajes: texto e imagen: Jiovana Díaz

10.4. El contenido de los mensajes: tópicos publicitarios: Carmen Carmona
24 mayo


LITERATURA



TEMA 4: NOVECENTISMO Y VANGUARDIAS
13 abril


TEMA 5: GENERACIÓN DEL 27

5.2. El surrealismo: Manuel Olivera
5.3. Poesía: Generación del 27

13 abril

TEMA 6: POSGUERRA

2. La literatura del exilio

11 mayo


TEMA 7: GENERACIÓN DEL 50

7.3. La novela: Fernando del Marco

7.4. La poesía

11 mayo

TEMA 8: AÑOS SESENTA

8.4. Poesía: Generación del 68 (Novísimos)

18 mayo



TEMA 10: LA LITERATURA HISPANOAMERICANA DEL SIGLO XX

10.2. Poesía
10.3. Narrativa: Jiovana Díaz
25 mayo 

TEMA 9: DESDE 1975

9.3. La poesía: Paula Benítez

9.4. La narrativa: Alba Gómez

9.5. El teatro: Guimel Huayraje

1 de junio